“La paz en Europa depende del Euro y su vigencia”, dice el presidente francés Nicolás Sarkozy. ¿Se debería suponer que si la unión monetaria cayera, tendríamos riesgo de una nueva guerra en Europa? Seguramente y quizás no, pero justo cuando Grecia se ve una vez más sacudida y mientras los medio comienzan a voltear hacia otros lados como Italia, el presidente francés ha puesto el dedo en la llaga. En el fondo, y a mi parecer, lo que ocurre es una especie de disputa en torno al modelo de la Unión Europea como un producto de la posmodernidad, con una contraparte moderna, el cual sería el modelo de Estados-Nación soberanos e independientes que todos ya conocemos.
La era moderna se caracteriza entre muchas otras cosas por impulsar la unidad política denominada “Estado Nacional”, aquel término que todos conocemos coloquialmente como “país”. A través de su pilar principal que es la soberanía, y de sus símbolos: la bandera, el himno, la moneda y el pasaporte, el Estado-Nación fue la base de la organización del mundo desde el siglo XVII hasta nuestros días. Sus rasgos modernos consisten en la clara demarcación de las fronteras y los límites, las líneas que definen el nosotros y ellos, una ciudadanía, aparatos burocráticos permanentes, una economía unificada al interior de las fronteras, y un ejército único y estable que supone defenderlas frente a las amenazas que procedían precisamente de otros estados nacionales.
Este modelo, según algunos académicos, se habría acabado hacia el final del siglo XX. En un mundo postmodernista, decían ellos, las fronteras habrían quedado desdibujadas por la tan criticada globalización. El Estado-Nación sería un obstáculo a las transacciones económicas y comerciales, donde las operaciones financieras se mueven a través de las cada vez menos significativas fronteras de los países. La soberanía nacional tendría que ser replanteada. Ni las decisiones en materia económica ni en materia política dependen hoy exclusivamente de cada estado exclusivamente. Las amenazas, llamémoslas “posmodernas”, ya no proceden únicamente de otros Estados-Nación, sino de otros complejos problemas como el terrorismo, el narcotráfico, la migración, el daño ecológico, las pandemias y la última revolución tecnológica y de comunicaciones.
El modelo europeo era, históricamente, un sistema que mediaba entre la soberanía nacional y el mundo global ya que introducía orden en el caos. Cada uno de los Estados-Nación que lo conformaban iba cediendo “pedacitos” de soberanía a favor de la Unión. Se establecían lineamientos para ingresar a dicha unión, pero una vez dentro, ya no dependía del propio país el determinar la política monetaria, ni la posibilidad de devaluar en tiempos de crisis. Con la unión de países, las amenazas posmodernas podrían ser enfrentadas a través de una política exterior común, un parlamento en el que todos tienen representación, un banco central que determina la mejor política monetaria para la unión de países, subsidios y compensaciones para que los más débiles fuesen alcanzando paulatinamente a los más poderosos.
Como se ha escuchado en ciertas ocasiones, se dieron varias críticas al modelo europeo, las cuales cuestionaban su eficacia. La economía de la UE unificada se convirtió entonces en la más poderosa del planeta rebasando así a la estadounidense. Si recordamos la historia de la Unión, los milagros de crecimiento económico con desarrollo iban desde Portugal hasta Irlanda. El Euro, se volvió uno de los instrumentos más sólidos globalmente para efectuar transacciones y poner en cuestión el poder del dólar.
Sin embargo, un día los límites llegaron, tocando la puerta a Gracia, donde hacían eco los espejos de Irlanda, Portugal, Italia y España. Cuando los mandatarios se toparon con que no podían amortiguar los golpes económicos por medio de las devaluaciones, por lo que alguien tenía que financiar, y rápidamente llegaron las decisiones mal tomadas y equivocadas. Los costos tenían que socializarse a lo largo de toda la Unión, cambiando así la época de feliz historia de la Unión Europea. Y es por eso que el modelo entero es hoy puesto en duda por muchos.
Ahora bien, si ponemos en contexto lo que dice el presidente francés, la paz no es solamente el hecho de que durante 66 años no ha habido guerras en Europa. Como ya sabemos, la paz no significa la ausencia de violencia, sino el fortalecimiento de la armonía entre los estados, las condiciones de desarrollo y equidad que permiten la integración. Esta ha sido la historia de la Unión Europea, desde los inicios de la Comunidad del Acero y del Carbón y la CEE, hasta el tratado de Maastricht. De lo que se trata, es en realidad de la noción de que, por ejemplo, dos antiguos enemigos como lo son Francia y Alemania puedan ponerse de acuerdo en decisiones clave, que puedan compartir una misma moneda, un mismo pasaporte, y puedan adoptar posturas colectivas.
En todo caso, el debate sería, el regresar a temas como el del Euro, que puede tener mucho sentido si lo pensamos en términos de “soberanía moderna” y no en tiempos de posmodernidad. Sin embargo, esto nos puede llevar a plantear el cuestionamiento de ¿cómo resolver de manera local los problemas financieros como el que está pasando Grecia? Más allá del discurso y las declaraciones de Sarkozy, ¿qué no es cierto que los actores económicos obedecen la lógica de oferta, demanda, costos y beneficios, puntos de equilibrio, etc? y si perciben riesgos, harán explotar a la zona Euro sin importarles el tema de la paz europea, ni los discursos franceses. Entonces, quizás alguna lógica diría que habría que rescatar a la moneda única al costo que fuese. En esto, sin embargo, no siempre hay consenso porque los líderes de los países finalmente tienen que responder ante quienes los eligieron de uno u otra manera. Y es entonces cuando el ciudadano de la calle alemana no comprende por qué sus impuestos tienen que pagar las ineficiencias de los gobernantes griegos.
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